

Entre los ministerios litúrgicos que en estos últimos años se han ido encargando a los laicos, el que tal vez ha llamado más la atención es el de poder distribuir la comunión. No es una novedad. Hasta el siglo VIII, los laicos llevaban con frecuencia la Comunión a los ausentes, enfermos o presos. Más tarde este ministerio se fue reservando, poco a poco, a los clérigos. En 1.969 se permite que los laicos pudieran distribuir la Comunión, en determinadas circunstancias. Es en 1.972, cuando Pablo VI estableció que los «acólitos instituidos», que pueden ser laicos, fueran ministros extraordinarios, pero permanentes, de este ministerio de la comunión. Finalmente, en el año 1.973, la Congregación de los Sacramentos establece los motivos y modalidades de la distribución de la Comunión por laicos, así como la repetición de la Comunión en el mismo día, la mitigación del ayuno y la Comunión recibida en la mano.
Este servicio litúrgico de distribuir la Comunión, tal y como en la actualidad está regulado, se puede decir que ha sido bien acogido por el pueblo cristiano, lógicamente después de las primeras y naturales reacciones de sorpresa. Allí donde se ha introducido con pedagogía y buena preparación, se ha convertido en una experiencia enriquecedora, que va educando a la comunidad en el sentido de la Iglesia y de la Eucaristía. En muchas iglesias se ve ahora cómo con toda naturalidad y dignidad participan los laicos en esta misión. Como dato significativo, hace cuatro o cinco años, que en Roma se calculaban en unos 800 los ministros extraordinarios de la Comunión oficialmente nombrados como tales, de los cuales unos 200 eran laicos y el resto religiosos. Leer más →